Hacia un nuevo hispanismo

Agosto 2025

Fernando Rodríguez Doval

La Nación

En la última década, el panorama historiográfico y editorial en España ha vivido un fenómeno que pocos habrían anticipado en los años noventa: el retorno vigoroso de un discurso que reivindica la Hispanidad y cuestiona abiertamente la Leyenda Negra. Lejos de limitarse a foros académicos, esta corriente se ha instalado en las librerías, en los medios y en el debate público, generando una batalla cultural sobre cómo narrar la historia de España y su papel en América. Este interés se ha extendido por toda Hispanoamérica.

Quizá el texto que abrió este debate fue Imperiofobia y Leyenda Negra, publicado en 2016 y cuya autora, Elvira Roca Barea, se ha consagrado ya como el principal referente en este tema. A ese libro han seguido otros de autores como el argentino Marcelo Gullo, el estadunidense Stanley Payne, el mexicano Juan Miguel Zunzunegui, o los españoles Pedro Insua, Iván Vélez, Alberto Ibáñez o Javier Rubio Donzé, los cuales han alcanzado tirajes verdaderamente masivos.

La Leyenda Negra, construida a partir de los siglos XVI y XVII por rivales políticos y comerciales de España, tuvo un largo recorrido como relato dominante. Alimentada por cronistas hostiles y amplificada por las potencias protestantes, presentó al Imperio español como una maquinaria de fanatismo, brutalidad y atraso. Durante mucho tiempo, ese relato fue aceptado, en mayor o menor medida, incluso dentro de la propia España, en un ejercicio de autocrítica que con frecuencia derivó en autodenigración. En México y otros países de la región, ese relato se ha convertido en un instrumento político en manos de populistas que alimentaron el victimismo propio de la izquierda.

Gracias a este revisionismo histórico, hoy han ganado peso en la opinión pública algunas ideas que hasta hace poco tiempo eran políticamente muy incorrectas. La primera de ellas es que el Imperio español fue mucho más integrador y mestizo, así como mucho menos cruel, que otros imperios contemporáneos como el británico o el francés. España construyó en América decenas de hospitales y universidades, reconoció derechos a los indígenas en leyes y creó redes institucionales que aún perduran. La herencia de la Hispanidad, tangible en el idioma, el derecho, la cultura y la religión, constituye un legado compartido que, más que vergüenza, debería suscitar un sentimiento de pertenencia y orgullo.

Algunos autores como Pedro Baños incluso sugieren que este nuevo interés en la Hispanidad debe traducirse en posturas geopolíticas compartidas: si todos los países hispanos se aliaran en pactos supranacionales como la Unión Europea o la Commonwealth, podrían tener una fuerza política y comercial verdaderamente formidable. Algo parecido sugería hace cien años el gran José Vasconcelos, para el cual la ruptura en múltiples Estados del otrora gigantesco Imperio español marcó para mal el futuro de todos ellos.

En su libro España fiel, Manuel Gómez Morin también hablaba de una comunidad hispana de naciones, caracterizada por una tradición moral y espiritual compartida. Esta comunidad debía buscar su destino común sobre la base de su herencia cultural. Lo mismo pensó Efraín González Luna en su Humanismo Político.

Blas Piñar, uno de los máximos teóricos de la Hispanidad en el siglo XX, aseguraba que ésta no debe entenderse como una nostalgia imperial, y que España debe asumirse como uno más entre los pueblos hispánicos, en pie de igualdad con todos ellos, sin ningún asomo de hegemonía, paternalismo o dirección. España es la madre común de los países hispanos, creó la Hispanidad, pero no es la Hispanidad. La Hispanidad es ante todo una tarea pendiente, un proyecto para el futuro; como decía Ramiro de Maeztu, la Hispanidad es “una flecha caída a mitad del camino, que espera el brazo que la recoja y lance al blanco, o una sinfonía interrumpida, que está pidiendo los músicos que sepan continuarla”.

Este nuevo hispanismo trae consigo múltiples oportunidades. Una de ellas es la reconciliación de los pueblos americanos con su pasado, dejando de lado visiones sesgadas que han sido tremendamente perjudiciales en su devenir. Otra, quizá mucho más compleja, es la posibilidad de redescubrir el inmenso potencial geopolítico que una acción conjunta en el plano internacional tendría la Hispanidad en el nuevo orden mundial que se está construyendo. Tal vez sea momento de entrar de lleno en esa conversación.

 

Fernando Rodríguez Doval es Consejero Nacional.

X: @ferdoval

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